Veracruz amaneció en campaña y, doce horas después, también en luto. Germán Anuar Valencia, mejor conocido como “Napo”, candidato de la alianza Morena–PVEM a la alcaldía de Coxquihui, fue asesinado a balazos la mañana del martes 29 de abril, apenas unas horas después del arranque oficial de las campañas municipales en la entidad.
El crimen ocurrió en la comunidad de El Arenal, en plena región Totonaca, cuando el candidato se disponía a grabar un video promocional para redes sociales. Valencia había salido acompañado de su equipo y simpatizantes, como parte de una caminata simbólica para arrancar su campaña. Según testigos, sujetos armados llegaron repentinamente y abrieron fuego contra el grupo. El aspirante recibió al menos cinco impactos de bala; uno de ellos en el pecho. Murió poco después, en un hospital del municipio de Espinal.
La imagen es brutal: balas como bienvenida a un proceso electoral que promete ser de los más violentos de la historia reciente. No sólo se trata de cifras, sino de la normalización de la muerte como parte de la contienda política. El asesinato de «Napo» no es un hecho aislado, sino el síntoma de una democracia asediada por la impunidad.
Apenas el pasado 10 de abril, Jaime Vega Gómez, también de Morena y aspirante a la misma alcaldía, fue encontrado muerto en su domicilio. La versión oficial: un golpe accidental producto del alcohol. Pero medios locales y vecinos hablan de una posible golpiza previa. Vega fue sustituido por Anuar Valencia. Hoy, ambos están muertos.
Las declaraciones oficiales no se hicieron esperar. La dirigente nacional de Morena, Luisa María Alcalde, condenó el asesinato y aseguró que el Gobierno de Veracruz y la Fiscalía estatal ya investigan. Pero las palabras sobran donde los cadáveres son el pan electoral.
Mientras los partidos se reparten el luto y los comunicados, los ciudadanos de Coxquihui viven con miedo, con rabia, con impotencia. Veracruz se enfrenta a una elección donde la vida de los candidatos vale menos que una pancarta. No es un crimen político aislado: es una advertencia disfrazada de silencio institucional.
¿De qué sirve el derecho al voto si quienes se atreven a ejercer el derecho a competir terminan asesinados?
La violencia no sólo mata personas. También sepulta proyectos, ahoga la esperanza y desmantela la legitimidad del sistema. Y lo peor es que ya nos estamos acostumbrando.
